lunes, 8 de septiembre de 2008

Ni uno menos


Ni uno menos, un filme de Zhang Yimou, nos muestra un paisaje desolador de un pueblo rural de la China. Abandonados parecen los habitantes que transitan en este paraje. Polvo, viento, desierto, elementos que contrastan con la inocencia y vitalidad de los niños de la pequeña escuela. Wei Minzhi, una niña de trece años, es profesora de reemplazo, pues el maestro titular tiene que ir a cuidar a su madre enferma por un mes. El maestro le dice que no quiere ni un niño menos en su clase cuando vuelva, si ella cumple, le pagará lo acordado. El conflicto del filme se establece cuando uno de los niños, el más rebelde, es mandado por su madre a la ciudad a trabajar para coseguir dinero. La pequeña profesora desesperada emprende un viaje hacia la urbe. Nuevamente el espacio adquiere fuerza, ya no es el campo sino una ciudad despiadada donde tanto el niño como su profesora se ven vulnerables ante una especie de monstruo gigante. La pequeña voluntad de Wei Minzhi se ve imposible ante una sociedad hostil que desprecia su inocencia, su fragilidad poética, que ha hecho que el público se encariñe con ella.
Todo se reduce a transacciones: dinero para el pasaje, para pagarle a la muchacha que viajó con el niño, para comprar papel para poner carteles, identificación para entrar al canal de televisión. Wei Minzhi, como personaje, se contruye de la perseverancia. No renuncia a sus deseos e insiste despreciando el hambre, el dinero, la hostilidad, como si no comprendiera el funcionamiento del mundo moderno, como si su cara infantil bastara para ganarse al mundo. Y de hecho lo logra. Logra que el mundo se compadezca de su situación y la de su alumno y todo llegue a un final feliz.
Insisto en las transaciones de un mundo material, que parece no ser importante, sin embargo, el director parece dar un mensaje: el mundo basado en lo material es el que funciona. El canal de televisión les regala tiza (antes tenían a penas una tiza diaria) y dinero para la escuela, lo que permite que cada uno de los niños escriban una palabra con un color diferente. Al verse sin dinero para el viaje, la maestra organiza a los niños ára trabajar mmoviendo ladrillos; con el dinero que les sobra, la pequeña maestra compra a los niños dos latas de cocacola. Todos la prueban con asombro y con generosidad. Hermosa escena, aunque muy "significativa". La aldea descubre poco a poco un mundo capitalista, representado por una ciudad abrumadora y hosca pero que mediante la "perseverancia" (representada por la Wei Minzhi) abre sus puertas a un mundo mágico, material, el mundo de los colores. No el de un gobierno comunista que está representado por el atraso y el paisaje agreste del campo, o por una burocracia intransigente (la recepcionista del canal). Es muy clara la posición del director ante la política de su país.
Más allá de que si uno esté de acuerdo o no con esta posición, el filme está cargado de poesía en imágenes. Los personajes están construidos desde la ingenuidad y la espontaneidad; la fragilidad se vuelve fuerza ante los espacios endurecidos. En conclusión, la manera de presentar la perspectiva del mundo que le tocó vivir al director, está justificada en cuanto logra una poética. Los personajes logran tocar el corazón del público que siente con ellos.

1 comentario:

Marcelo Valladares dijo...

es muy emotiva la pelicula...me acuerdo q esa niñita profesora se keda sentada esperando mil horas que anuncien en el altavoz de la estacion el nombre del niño perdido... Pareciera que con una ingenua perseverancia se logra TODO.