viernes, 27 de junio de 2008

Vida: muñeca de trapo


¿Han pensado que Toy story puede ser realmente aterrador? Pensar que el giagoe que tenías o la barbie despeinada, se levantan cuando no estás, como fantasmas, y son marionetas representando a alguien más. Algo que no tiene vida y que surge como por generación instantánea. O qué tal si todos somos muñecos y vivimos en una especie de maqueta de un dios gigante que puede manejarnos como marionetas. ¿No se han dado cuenta que son de plástico o, si son más viejitos, de lata o de trapo? El cuento de Huilo Ruales fetiche y fantoche desarrolla más o menos esta idea. La chela, así con minúscula, como si fuera una cerveza, es la mujer más hermosa del mundo. Algo inimaginable: los hombres del pueblo se enamoran como perros en celo ante tanta belleza. Ella tiene 13 años, niña. Su padre la encierra durante toda la vida para evitar más desgracias, porque los hombres se suicidan ante ella, ante la santa, la divina, la estrella. Este encierro es el encierro en la niñez, como una cáscara de la que nunca podrá salir, pues para la chela está prohibido crecer. Si creciera, con ella crecería su hermosura. Es la princesa encerrada en la torre. El tiempo pasa y la olvidan. Llega la sequía para acabar con el pueblo y ella sale: arrugada, con el ojo caído (como descosido), despeinada. En fin, aferrada a sus muñecas, a su reflejo en muñeca, que es la chelita, de porcelana pero tuerta. Ella ha creado un mundo de muñecas donde el tiempo las envejece, como ha ella, pero la niñez persiste. Lo viejo y la niñez se unen de forma macabra en este personaje esperpéntico y grotesco. Sólo quedan dos habitantes en el pueblo: la chela y el fantoche, que es el narrador. Él descubrirá lo que ha hecho esta niña, inocente, pero bruja, con todo Ríoseco. Muñecos, muñecos tuertos, viejos.
Ésta es más o menos una síntesis (no he querido hacer ningún análisis por cansancio y porque sólo la trama de este texto tiene mucha poesía) de este cuento de Huilo Ruales, escritor ibarreño, que reside en Francia. Su literatura es representante de lo que se está escribiendo en la actualidad, su obra más o menos comienza en los ochenta y continúa hasta la actualidad. Sus personajes son parias, vagabundos, prostitutas, lo más feo de la sociedad; y sin embargo, he ahí la paradoja del arte, son bellos, te llegan al alma. No puedo dejar de leer fetiche y fantoche sin espeluznarme y llorar por la desgracia de la chela, del tarzán, de todo Ríoseco. Del pobre fantochito.

martes, 24 de junio de 2008

jueves, 19 de junio de 2008

La Escuela del Espectador y All about Eve


El martes pasado en el Ocho y Medio de La Floresta, se realizó un evento más de lo que es la Escuela del Espectador. Aunque se llama escuela nadie enseña a nadie sino que más bien se trata de aprender de todos. Este proyecto consiste en que se ve una película u obra de teatro(por un precio módico de $2 que incluye la revista El Apuntador) y al final un moderador dirige una discusión en la que el público puede participar sobre lo que se ha visto. La idea es que la gente que ve cine y teatro se convierta en un público con opinión para que se creen diálogos que ayuden tanto a los presentadores del espectáculo (en el caso del teatro) como al público. El martes pasado se presentó All about Eve de Mankiewicz, clásico del cine del año 50. Realmente, yo me quedé sin habla porque es una intriga sobre lo que pasa tras escena en el teatro y nada más. Sin embargo, me gustaría un poco resumir lo que dijo el moderador, León Sierra, después de la función. Se habló sobre la voz, sobre los diálogos, donde cada palabra se convierte, en el teatro y en este caso, en el cine, en una acción y en un peso significativo. Sierra citó al poema de Borges, que no recuerdo literalmente, que dice que la palabra Nilo contiene al Nilo entero en ella. Se habló también de la relación entre la realidad y la ficción. Parece que en esa época, y probablemente ahora, las estrellas se quitan los puestos hipócritamente. Aunque a mí, personalmente, estas relaciones no me parecen importantes porque el rato que el cine lo pone en pantalla o el libro en letras, todo se separa de lo real y deviene en ficción, incluso cuando se trata de historia. De cualquier forma sí me pareció interesante la relación que Sierra hizo entre la película y otras anteriores que fueron adaptaciones de adaptaciones hasta llegar a una obra de teatro que fue la primigenia y no tuvo nada que ver con el filme hecho en el año 50. Esa intertextualidad es mágica: uno tras otro el ser humano ha ido reinterpretando los hechos y las obras de arte, actualizándolos y creando nuevas cosas. Bueno si quieren ver la película y oirle a este chico, León Sierra, les invito a que vayan el próximo martes al Ocho y Medio de Tumbaco a las 7 pm. Vale la pena

sábado, 14 de junio de 2008

Gallo negro, gallo blanco

Medio día; el sol pega fuerte sobre el piso y sobre el mundo, trato de evitarlo... camino lento con la cabeza gacha por la franja oscura que me separa del sol. El Terminal terrestre no es precisamente el mejor lugar para pasear, hay que esquivar las grandes mochilas, canastos y bolsos que deambulan junto a su viajero, a los vendedores ambulantes y al sospechoso que te ofrece la última “canon” de algún gringo despistado. También está el fanático religioso que sin contemplaciones te pone a la “virgencita” en la cara. Hay que hacerse a un lado: del sol y de la gente.
Tenía hambre y sin ganas buscaba donde almorzar, mientras me decidía donde entrar, hacía oídos sordos a los anuncios de comida gritados por los saloneros que con carta en mano salen al encuentro de cualquier transeúnte hambriento.

Una pequeña multitud llama mi atención, algo miraban con interés en un kiosco de discos piratas. Mientras me acercaba, las notas conocidas de una vieja canción me iban envolviendo, a cada paso me llegaban con más fuerza. Pude reconocerla, se trataba de Eye of the Tiger de Survivor, popularizada en Rocky III,esa canción siempre me resultó, -por decirlo de algún modo- alentadora, no sé exactamente por qué, pero supongo que el hecho de haberla escuchado en un momento de mi vida en que sólo quería vestirme de negro y hacerme un tatuaje, algo tendrá que ver. Ahora no quiero vestirme de negro, y menos con este sol. Nunca me hice el tatuaje, creo que por indecisión, y es que solo imaginar estar pegado a algo o alguien el resto de mis días me produce cierto desarreglo emocional.
Me encontré balbuceando la canción, mí encorvada figura se irguió y avanzaba decidido hacia la concurrencia, podía ver sus rostros, el brillo de la pantalla en ellos...

Saltaban furiosos, adivinaba el dolor y la rabia, me provocaba cerrar los ojos pero no lo hacía, al contrario, estaba fascinado con el espectáculo. Imágenes burdas de una cámara casera me mostraban a dos gallos, y cuando digo gallo, no me refiero al jactancioso y engreído individuo que se da de “muy gallo”, sino simplemente al ave macho de la gallina, en combate a muerte contra otra ave macho de gallina. Siempre había oído hablar sobre estas peleas, pero nunca me interesé. Ahora la miro y no puedo dejar de hacerlo. Uno de ellos, (el negro) saltaba rabioso sobre el otro (el blanco) desgarrando piel y plumas. No entendía por qué no paraban la pelea; era evidente que el gallo negro estaba dándole una paliza al blanco; éste a duras penas podía incorporarse y amagar unos picotazos. Se confirmaron mis sospechas: los negros son mejores peleadores que los blancos, sean de la especie que sean. Solo la música a todo volumen de Rocky III me decía lo contrario. Cuando estaba a punto de vencer el morbo que me mantenía boquiabierto ante la pantalla, en un movimiento incomprensible para mi condición de fisgón implume, el gallo blanco deja sin reacción al negro, aniquilándolo por completo ante mi afónico asombro.

Casi confundido dejo los gallos, su música y su kiosco, sin darme cuenta había dejado también esa confortable sombra. Me dirijo directamente hacia el primer salón de comidas que avisté. Ya adentro, la ventana blanca me dice que el sol lo está quemando todo. Me traen la carta, leo los precios y sin más preámbulo digo: un seco de pollo por favor.

viernes, 13 de junio de 2008

A mi hija

Miro tus ojitos. Es una sensación indescriptible la que experimento cuando brillan, cuando sonríen, cuando expresan sin palabras todo lo que tu pequeño corazón siente, todas las emociones que tanto te asombran y aún no puedes entender.

Tus ojos oscuros me acompañan desde ese viernes de abril, cuando los admiré por primera vez. Estabas ahí, en la sala de recién nacidos del Hospital Metropolitano, viviendo tu primera hora en este mundo, analizándolo todo, atenta a los colores, a las formas, a las figuras.

Y yo, mientras tanto, preguntándome si sería capaz de manejar tanta responsabilidad, si sería capaz de contribuir a que seas unas persona que se quiera mucho, que ame al mundo, a sus semejantes, que sepa equivocarse, darse su puesto, sacar ventaja de los errores, gozar con los triunfos con humildad y orgullo y, por sobre todo, a que seas una persona que sepa escoger su destino sin que le importe la opinión de los demás.

Te confieso, mi pequeña cholita, que tenía mucho miedo y que en varios momentos me sentí incapaz de ser un padre. Me sentía aún un niño pequeño, una persona inmadura, insegura, temerosa, que a veces no podía ni consigo mismo.

Recuerdo esas primeras noches, cuando nos despertabas con tu continuo llanto, cuando sentí por primera vez la necesidad de salir de mi cuerpo para vivir tu dolor, acabarlo, agotarlo, vencerlo y dejarte las cosas tranquilas, calmadas, sencillas para que no sufras, para que no te duela.

Era tan fuerte ese pensamiento, que en muchas ocasiones me convencí que al ponerte boca abajo sobre mi estómago, me pasarías tus cólicos y podrías dormir tranquila de nuevo; con tu boquita medio abierta, con tus largas pestañas cubriendo tus párpados y con tu espaldita moviéndose levemente con el aliento de la vida.

Me acuerdo de las ojeras que tenía en ese entonces, pues me levantaba a cada momento para comprobar si respirabas, si estabas bien, si no te habías destapado, si no te sentías sola. Quería recordarte todo el tiempo que papá estaba ahí y que estaría siempre que me necesites… con o sin estar.

Soñaba contigo, me volvía loco por ti, jugaba, me emocionaba cuando sonreías, saltaba de la emoción cuando lograbas agarrar el sonajero con tus deditos gordos, cortitos, vacilantes. Y no importaba lo cansado que esté: todas las noches te sacaba a pasear en el auto para que te duermas.

Por todas esas cosas, me es muy duro recordar aquella noche que salí de la casa con mis maletas para mudarme temporalmente con los abuelos, donde tu mami y yo no estaríamos juntos para pelear, para discutir, para no hacernos ni hacerte daño.

Esa noche esperaba a que te duermas para salir; pero tú, mi chiquita preciosa, todo lo sentías. Te negabas a cerrar tus ojitos y te revolcabas en la cama sonriendo, iluminando con tu mirada esa habitación en penumbra, donde el silencio se había apoderado de las promesas que algún día nos hicimos tu mami y yo.

Y comenzamos otra relación, otra vida que duraba solo los fines de semana, cuando solos tú y yo intentabamos crear una familia pese a las circunstancias. Te cambiaba los pañales, te bañaba, te vestia, te daba de comer, salíamos a pasear y, sobre todo, buscaba hacerte sentir desde pequeñita que yo me había divorciado de la mami y no de ti.

Cuántas lágrimas nos corrieron por las mejillas, mi princesita. Porque no era necesario que hables, que expreses las cosas con palabras. Con solo ver tus ojitos entendía tu confusión, tu temor. Y me desesperaba por no poder aliviarlo de una sola vez.

Varios años han pasado desde entonces y tu risa sigue inundando mi casa, tus ojitos aún brillan con alegría, esperanza e inocencia y tu vocecita sigue siendo la melodía más hermosa que escucho. Te acuerdas cuando me hiciste llorar de emoción al decir "¿No cierto papi que tú y yo somos una pequeña familia?".

Ahora, mi pequeña ciudadana, ya sabes escribir y leer, sumar y restar, tienes amigos en el cole, regresas de él en el bus a tu casa donde tus tres hermanos menores te esperan, donde tu mami ha hecho nuevamente su vida con otra persona, donde te cuesta tanto encajar… porque yo sé, mi pequeña hermosa, la falta que te hago durante la semana, pese a que hablemos todos los días y nos veamos cada fin de semana.

Ha sido la manera más penosa de enseñarte que la vida puede ser difícil e injusta; que los más inocentes son los que más pagan por causa de las equivocaciones y peleas de los adultos. Y tal vez por ello sea que tú y yo apreciemos tanto los momentos en que estamos juntos, que reímos, que vamos de paseo, que salimos al cine o a comer hambuerguesas, pizza, sushi o fondue, que nos quedamos dormidos viendo tele y que, simplemente, estamos en casa.

Porque durante todo este tiempo, me has enseñado a amar con todo el corazón: a sentir que puedo dar la vida por tu felicidad, a cuidarme para estar junto a ti cada vez que necesites, a ser firme con amor y amoroso como un oso. Me has enseñado a bajar la voz, a que las cosas resultan mejor cuando te las digo con tranquilidad, sin castigos, sin amenazas, con paciencia, con ternura.

Me has enseñado a ser una mejor persona; a prometerte solamente lo que pueda cumplir, a que la palabra “papi” sea la más tierna y dulce que haya escuchado cuando viene de tí… pero por sobre todo, mi chola cuencana, me has enseñado a sonreír con el corazón...


viernes, 6 de junio de 2008

Lolita, literatura y cine


La piel suave, los labios rojos, el cabello hermosamente desarroglado, un vestido pequeño, juguetón, los pies desclazos. A penas tiene 13 o 14 años. Lolita. Este deslumbrante personaje que inventó Nabokov y que se ha convertido en un personaje típico a través de los años. Esa niña que está en el límite para ser mujer, con sus pechos frugales, como almendras, y sobre todo, sus labios rojos. Muchos han retomado esta figura ya clásica (como otras: el avaro, la celestina, el pícaro) para reconstextualizarla en sus creaciones. Este es el caso de La rodilla de Claire (Rohmer, Francia, 1970) que fue presentada gratuitamente en la pre inauguración del Eurocine.
Una escritora necesita material para su nueva obra, por esto insita a un amigo a que se enamore de Laura, una niña de no más de 14 años. Obviamente, hay una resistencia moral por parte del personaje como del espectador. Sin embargo, la poesía, la literatura en general, atrapa a ambos, que no pueden dejar de maravillarse con Laura, su ingenuidad y su sensualidad. Es el encanto de una infancia que se va rompiendo pero que aún late; este tipo de niñas están en la sensualidad del límite que es su edad. Cuando sean adultas podrán ser hermosas, pero perderán esa magia de traspasar un estado. Aparece Claire, hermana de Laura, mayor pero en fin una adolescente aún. De una forma fetichista el protagonista se obseciona con su rodilla: flaca, delicada, parte del cuerpo que nos deja imaginar qué hay más arriba. Pensamientos perversos, pero hermosos, porque hay una reflexión sobre la literatura. Entre el hombre mayor y las niñas no pasa nada. Lo máximo que sucede es que él llega a topar la rodilla de Claire y ese momento inocente, tierno, reconfortante, es una explosión de la sensualidad. Pero lo hermoso es que todo esto se da cuando en realidad no pasa ni pasará nada, pues él sabe que se mueve en un mundo ficticio, donde esa relación (que en el mundo real sería asquerosa) es poesía, porque sólo es posible en la mente y porque todo esto es hermoso por el mismo hecho de que no se consuma. Es dejarse llevar por el instinto, un impulso, pero que queda en el agradable sabor del instante porque jamás se llegará a concretar. Esa es la sensualidad pura, el erotismo: llegar al límite del precipicio y volver a tierra firme. El rato que se traspasa y se devela lo oculto, lo prohibido, eso es pornografía, basura.
Todo este efecto sensual logra el filme La rodilla de Claire, dentro de una atmósfera bien europea donde los diálogos son fríos y funcionales, el clima austero. Es un contraste genial.

miércoles, 4 de junio de 2008

CONTESTACION A UN ARTICULO PUBLICADO EN LA PAGINA WEB DE RADIO VISION DEL 30 DE MAYO DE 2008.


Poesía versus fútbol
LA CIUDAD DE LA FURIA

Jennie Carrasco DICE:

En esta ciudad de furiosos inviernos, el agua no es obstáculo para ir al fútbol. Cincuenta mi personas saltan, gritan, vivan a su equipo, en el estadio. ¿Clasificará? ¿Quedará campeón? El fútbol. Deporte para adormecer a las masas, para imbuirlas de un falso patriotismo. El negocio más caro del mundo. Y ahí paro porque no es nada nuevo lo que digo.Las calles están casi vacías. Restaurantes, bares, discotecas, están repletos de hinchas que siguen, en la pantalla, el partido de vida o muerte que juega su equipo favorito, ése por el que darían la vida, del que tienen forradas las paredes con afiches, camisetas firmadas, llaveros y banderines. La colcha tiene el diseño de colores, la alfombra, la cortina de baño, y hasta la casa del perro, que usa para estos fríos una camisetita con el logo en el lomo. ¡Qué mono se ve!Cae una lluvia pertinaz. El equipo clasifica. El festejo es a lo grande. En otra parte de la ciudad, un centro cultural, donde bullen la música, el intercambio de danzas afro y mestizas, de productos varios que ofrecen diversas culturas, hay un recital de poesía. Cientos de personas han sido invitadas por correo electrónico. Otras por teléfono o personalmente por la autora de un libro de poesía recién publicado. Lo conocen unas doscientas gentes, a lo sumo. La poesía. Esta noche asisten veinte personas que, venciendo el miedo a la lluvia y la euforia del fútbol, han acudido para escuchar poesía. Poesía combinada con música y pintura. A media luz, con jóvenes músicos prometedores. Poesía que desata, dice, desvela el alma humana. En otro escenario fueron ciento cincuenta. En la Plaza Grande cien. Pequeños públicos amantes del arte.Claro que en los goles y en los pases hay arte, y hay mucha poesía en los cabezazos, en la defensa del arco.La diferencias con los cincuenta mil está en que los espíritus se alimentan de maneras distintas. Más bien dicho, el arte alimenta el espíritu, el fútbol lo obnubila.Alguien dice: “deberías leer poesía en el estadio”. Imagínense cincuenta mil escuchando poesía, engrandeciendo sus almas. Algo así pasa en otras latitudes. En Medellín, nomás, se hacen encuentros poéticos en estadios y coliseos, en plazas.Pensemos qué pasaría si todo el mundo leyera, escuchara o escribiera poesía (creo que todo el mundo puede hacerlo). El arte libera, seríamos libres. El arte es amor, no habría violencia. El arte (sin pasar por tamices burocráticos), traería la felicidad a este país. A este planeta. No hace falta pontificar al respecto. Los oscuros poderes que manejan la vida de la humanidad impiden el desarrollo de las artes. Pero financian grandes transnacionales futboleras. Compran y venden hombres, como antes esclavos…


EL YORUGUA RESPONDE:

Se nota muy claro que no te gusta el fútbol. Es una lastima porque si lo hubieras jugado alguna vez o hubieras cantando un gol sobre la hora… o hubieras querido jugar como un futbolista ídolo.. .sentirías una pasión muy mobilizante. Me acuerdo en una biografía de Albert Camus leí que la mejor satisfacción de su vida había sido hacerle un gol de cabeza a la selección de Francia, jugando por la selección de Argelia...o los poemas de Galeano sobre la pasión futbolera... o la alegría del maestro Ernesto Sabato al ir todos los domingos a la platea a ver a su Estudiantes de La Plata...ante el calido aplauso de la tribuna... A mi me encanta la poesía, amo la literatura, el cine independiente, el arte, y el fútbol. Yo creo cada evento tiene su momento y su lugar para disfrutarlo. Pero me parece un pretexto bastante gratuito de tu parte decir que el fútbol le quita espacio a la poesía. Por favor!! Tienes una mala lectura de los eventos ante tus ojos...o como diría Cortazar eres un lector hembra... La TV gringa chatarra, el Internet abierto a todo, la falta de sensibilidad del alma me parece justificativos y más creíbles. Has visto últimamente a jovencitos utilizar poesía para cantarle su amor a su novia??...seguro q no...y seguro que también les vale un bledo el fútbol...así que.. Me gustaría saber porque no investigas en efecto qué mato el gusto por la poesía y le dejas al fútbol en paz?

lunes, 2 de junio de 2008

Dónde se aprende a volar?

Existe acaso un curso especializado que se anuncie en el periódico que diga: en cuatro semanas aprenda usted a volar o le devolvemos su dinero?.
Posiblemente no. Quizás el desafío mas importante del aprender volar implique no despegar los pies sobre la tierra, no necesitar el cuerpo para nada, ni hacer malabares con los brazos y las piernas. Volar es simplemente volar. En estos tiempos nadie se arriesga al vuelo de ser poeta, esa estéril profesión que es considerada en estos días como una especie de enfermedad, más bien como producto de la pereza y la falta de ocupación en actividades realmente importantes.

En la película El Lado oscuro del corazon (Argentina, 1992) del director Eliseo Subiela, Oliveiro persigue el amor, esa mujer única que sea capaz de volar, mientras recorre los suburbios de Buenos Aires y Montevideo; pero lo curioso es que el único recurso de conquista, su arma letal con que cuenta es su poesía. El es un joven poeta y mantiene complejas relaciones con la vida, con la muerte (que lo acecha como esposa fastidiosa) y con las mujeres obvio; y junto a sus dos amigos lleva una existencia bohemia. Un día, en Montevideo conoce y simpatiza con una prostituta de cabaret, de quien termina perdidamente enamorado. Solo ahí ocurren sus mejores vuelos, saborea del dulce elixir del amor, de una transfusión que le permite seguir vivo.

El film de Subiela está abierto a diversas interpretaciones. No cierra el sentido que quiere transmitir, no da demasiadas respuestas, por el contrario lo que brinda son interrogantes al mejor estilo poético. En efecto, descubrí que en un cabaret, Mario Benedetti en persona le recita un poema en alemán a una prostituta, y le dice: "Porque te tengo y no/ porque te pienso/ porque la noche está de ojos abiertos/ porque la noche pasa y digo amor". Luego se me viene a la mente: no hay personas más prácticas que las prostitutas. Saben lo que tienen que hacer, no se enredan en asuntos melodramáticos ni romances absurdos. Están atentas con sus baterías antiaéreas cargadas para derribar a cualquier poeta volador. Son asesinas de sueños y expertas en llorar sin sufrir. No se pueden dar el lujo de volar. Pero al mismo tiempo en su mal se encuentra la semilla del bien, la flor que crece en el fango; existen instantes de flaqueza donde afloran sus sentimientos y extrañamente brotan por sus ojos leves ráfagas de amor… su luz es suficiente para iluminar el lado oscuro de la tierra, el lado oscuro del corazón.

Si alguien tuviera la intención de volar, después de saber los riesgos que va a correr, la poesía puede transformarse en buen instrumento de vuelo, pero no tiene instrucciones ni manual, así que al elevarse lo más alto que se pueda, disfrute usted del paisaje…pero ojo con el aterrizaje.