jueves, 1 de octubre de 2009

El yo del escultor

Hipotética entrevista a un ilusorio escultor; quien trabaja con formas, manipulando su materia, modificando su apariencia para encontrar la forma soñada, la ideal, la que aún no existe o simplemente no se ha hecho presente…


YO.- ¿Qué lo llevó a la escultura?
EL.- Mis manos; cuando me di cuenta que con ellas podía transformar la materia y modificar su forma. Fue entonces cuando entendí que toda materia posibilita una forma y que todas las formas en la naturaleza dependen de su componente material. Solo conociendo y comprendiendo ese componente podemos manipularlo para que su apariencia sea diferente. No puedo trabajar una escultura de arcilla de la misma manera que una escultura de piedra. Sin embargo el resultado final puede ser el mismo, pueden tener la misma forma, eso no hace la naturaleza, solo mis manos pueden sacar cualquier forma de cualquier material.
YO.- ¿dice que su principal herramienta son las manos?
EL.-
Así es. Aunque al decir manos me refiero al ser humano en su totalidad. Para mí las manos representan la unión de esfuerzo físico e intelectual del hombre, cuando veo manos trabajando son el espíritu y la materia quienes se manifiestan, las manos son el vínculo entre lo intangible y tangible, entre la idea y la cosa, entre el hombre y la naturaleza. Son la herramienta perfecta.
YO.- ¿Entonces es transformable todo lo que pueda alcanzar con sus manos?
EL.- todo lo que pueda alcanzar con mi voluntad
YO.- Hay un viejo dicho: “ver para creer”. ¿En el caso del escultor podría decirse “tocar para creer”?
EL.-
En nuestra profesión hay que ser un poco escépticos, no nos conformamos con ver; necesitamos también tocar. Los escultores miramos el horizonte y queremos tocarlo, transformarlo. Un escultor necesita crear. Sentir el infinito en sus manos.
YO.- ¿Para usted qué es la forma?
EL.-
Nunca he podido contestarme esa pregunta, siempre que me la hago tengo más interrogantes y dudas, pero estoy seguro que se parece a una máscara con la que se cubre la verdad.
YO.- ¿La forma es una máscara?
EL.-
Si, una máscara; esa piel exterior, ese escudo que todos tenemos y alimentamos a través de nuestra vida. Nuestra ideología, creencia y pensamiento son eso; capa sobre capa, máscaras que se superponen hinchándose como costra sobre la herida. Son la personalidad que adquirimos para representar bien nuestro papel social. Las cosas también tienen su máscara, su límite más externo, su esencia escondida ¿Cual es el término de las cosas?, ¿hasta donde llegan?, ¿hasta donde somos? ¿Terminamos en la epidermis? ¿Es nuestra apariencia la forma última de nuestro ser? ¿Mi ser abarca también lo que miro, lo que toco, lo que siento?
Cuando abro los ojos y miro al horizonte, ¿hasta donde soy? ¿Mi ser termina en mis párpados o en ese horizonte?
Develar esa máscara es lo que me interesa.
YO.- El problema de la forma que usted plantea lleva inmerso cuestiones espaciales. Cuando usted habla del horizonte por ejemplo.
EL.-
Efectivamente. Considero que la forma de cualquier cosa, o la percepción que tenemos de ella – que es lo importante – está estrechamente relacionada con el espacio que la rodea; con su entorno. Lo primordial es el espacio. La forma depende de él, al menos así lo apreciamos, y sin embargo el espacio no existe antes que la forma. Ambas están ahí.
Cuando trabajo en una escultura la línea de su diseño dibuja no solo el objeto sino también su vacío, es decir, que cuando extraigo un pedazo de piedra a un bloque de mármol modifico su forma y también la del espacio que la contiene. Es una línea quien separa la cosa de su espacio, pero por definición la línea no tiene espesor, entonces lleno y vacío, presencia y ausencia están íntimamente relacionadas.
YO.- Comprendo que el espacio se modifique o cambie al transformar su forma contenida o continente, pero ¿cómo podría una forma modificarse al manipular su espacio?
EL.-
El espacio en que vivimos condiciona y hasta determina nuestra forma, nuestro ser. Siempre se experimenta un cambio al ingresar a un espacio, algo se da y algo se recibe. No es lo mismo estar en una catedral o estar en una cárcel, tampoco da igual estar a la intemperie o bajo techo. No somos los mismos. Con los objetos pasa lo propio ya que todo lo existente en el universo -incluyéndonos a nosotros por supuesto- está conformado con los mismos elementos, tan solo varía sus combinaciones o cantidades.
YO.- Ud. dice, por ejemplo que, ¿la forma de esta taza no es la misma si estuviera en otro lugar?
EL.- Así es. El espacio modela la forma.
YO.- ¡Explíquese!
EL.-
Note usted los cambios que se producen en su rostro cuando observa una linda chica. La distancia entre esa mujer y usted es el espacio, la chica observada es su límite; algo cambia en usted al mirarla, entonces la mujer ha logrado modificarlo, ha alterado su forma, su forma termina donde la de ella empieza, hasta ella llega su deseo, hasta ella llega su ser. Lo mismo ocurre al mirar una estrella o un abismo.
YO.- Pero…eso ocurre con los seres vivos…
EL.-
La escultura es vida.

La entrevista terminó, sus palabras se ausentaron y el café dejó un espacio vacío en la taza aún caliente, solo queda el recuerdo de sus mensajes; imágenes con fragancia, complejos dibujos que sus manos esbozaron mientras bailaban con el humo. Formas que jugaban en el espacio mostrándome caprichosas su verdad. Formas efímeras que se escondían en cuanto asomaban. Formas que me abandonaron con la cabeza llena de incertidumbre y dudas.