
¡Qué capacidad de este animalito de posarse una, dos, tres, cuatro, cinco, etc. veces en un cuerpo podrido! Las moscas tercas, intrometidas. Enemigas milenarias del ser humano. Saben que son lo podrido y aparecen sobre la comida para recordárnoslo. Todavía adormecido, bajó las escaleras hasta la cocina. Calentó su leche y le puso el clásico chocolate con una cucharada de azúcar. Tomó un pan y lo mordió. Un crujido dentro de su boca lo sacó de la modorra mañanera. Se sacó el pedazo de la boca en una servilleta. (Su madre agonizando y el zumbido impertinente pero inevitable). Algo negro y verde en el papel. (Las moscas se posaban en la frente de la moribunda ignorando que él intentaba espantarlas. Le mostraban lo podrida que estaba la mujer). No sabía cómo pero una de ellas había llegado a su pan y él, en venganza por lo de su madre, la trituró. No fue apropósito, quién en su buen juicio mordería a uno de aquellos desagradables insectos. El sonido al aplastarla vengó el zumbido que soportó mientras su madre botaba por la boca lo último que le quedaba del hígado. Tomó al animal muerto en la servilleta y terminó de destriparlo. Acto simbólico por esa rivalidad milenaria de las dos especies.